En el capítulo anterior, quedamos en que P iba al banco a reclamar por la equivocación en el cheque. No bien llegó al banco, P supo que algo iba a salir mal. No sólo porque estaba cerrado y abrían a las 10:00 am., sino porque –una vez más- sintió esa sensación extraña de saber exactamente qué iba a pasar en los próximos minutos. Y así fue, no bien abrieron, P se dirigió a “atención al cliente,” donde le dijeron que no podían hacer nada por ella, a menos que se acordara quien fue el cajero. Y P sí que se acordaba. La describió en detalle, incluyendo el hecho de que la cajera parecía que daría a luz en cualquier momento.”Ah, sí,”exclamó el sujeto. “Ella está con permiso pre-natal, pero necesitaríamos que ella reconozca personalmente el error o, al menos, identifique al reclamante, para proceder.”
Como en los viejos tiempo, P sintió que la cólera la invadía, pero decidió contenerse. “Quiero hablar con su jefe,” dijo en tono seco, pero neutral.
“Yo soy el jefe máximo de esta sucursal,” le respondió el tipo, casi, casi, en tono desafiador.
“Pues, entonces, dígame de quién depende Ud. y con él voy a hablar, porque esto no se puede quedar así,” respondió P en un tono cada vez menos neutral.
Una hora y dos buses más tarde, P se encontraba en la central del Banco de Montreal, esperando hablar con el gerente general de operaciones.
Para su sorpresa, el sujeto la recibió a los cinco minutos de su llegada, sin gran preámbulo.
Mientras P le explicaba los acontecimientos, el tipo le sonreía y la miraba, según P, demasiado.
De pronto, el gerente exclamó: “Yo a ti te conozco”
“¿Qué?,” pensó P. “De seguro ahora me están confundiendo con una asaltante famosa de bancos y voy a terminar en la cárcel, tratando de probar mi verdadera identidad.” De pronto, el pánico la invadió: su pasaporte, el único documento de identificación válido que tenía en Canadá, estaba en poder del consulado de Seattle, donde había mandado su aplicación para renovar la visa por correo hace ya casi un mes.
“Tú eres periodista de Sudamérica, verdad?,” siguió el sonriente gerente de operaciones.
“Sssí..sí,” respondió P toda confundida y tratando de hacer memoria.
“Ahá..Tú me entrevistaste en Silicon Valley, cuando estaba a cargo de una de las empresas de software más prometedoras, Racal Datacom, te acuerdas?”
La pobre P no tenía ni la más remota idea de lo que le estaban hablando, hasta que el sujeto le dio la pista que le faltaba: “Me acuerdo bien porque tu nombre o el apellido era muy similar a nuestro producto estrella: la base de datos Jasmine”
Continuará…