The Insider I: Confesiones de una copuchenta crónica
Cuando era niña soñaba con ser invisible y así poder infiltrarme en grupos para saber de qué hablaban realmente cuando yo no estaba ahí.
De adolescente, desarrollé un increíblemente agudo sentido de la audición en 360 grados, que me permitía (y me sigue permitiendo) escuchar varias conversaciones al mismo tiempo.
De más adulta y, creo que gracias al ejercicio del periodismo, perfeccioné mi audición “parabólica/supersónica” y, no sólo me instruí en rearmar conversaciones completas con los pedacitos que me llegaban entre bocinazos, música, gritos y televisores encendidos, sino que aprendí a participar en ellas, varias veces sin invitación previa, para sorpresa de los que nunca pensaron que los estaba escuchando.
No salía aún de la universidad cuando ya había adquirido “destrezas” complementarias, como el leer documentos al revés (muy útil cuando estás conversando con la secretaria de tu entrevistado y ella tiene algún papel interesante sobre el escritorio) y el memorizar números de teléfono que otros discaban descuidadamente en mi presencia.
Pero nunca, ni en mis mejores sueños, se me había dado la oportunidad que se me está dando hoy: convivir con el “bando enemigo.” Sin necesidad de pretextos, ni disfraces, ni píldoras que me vuelvan invisible o artilugios de periodista en cacería, sino que abiertamente invitada, recibida y aceptada como miembro oficial del ala contraria, a quien no sólo se le tolera su presencia, sino en quien se confía y de quién hasta se aceptan consejos.
No me pregunten cómo ni por qué. Tampoco me pidan nombres reales. Lo único que puedo contarles es que desde hace un tiempo que comparto paseos, cenas, tardes de cine y conversaciones varias con un grupo de cuatro personas. Todos hombres. Todos solteros. Todos muy, pero MUY chistosos.
No podría, aunque quisiera, describir en un solo post a la autodenominada “Pandilla de Kerrisdale.” Son demasiadas las anécdotas por contar y los secretillos por revelar. Basta con decir, de momento, que estoy segura de haber encontrado una nueva fuente de inspiración para numerosos posts que comenzarán a poblar este blog en las próximas semanas.
Hasta entonces.
8 Comments:
Hoy estaba en clases de Taller de Periodismo Interpretativo y el profe estaba pasando lista. Cuando llegó mi turno leyó en voz alta mis dos apellidos y preguntó: "¿Jamasmie?, ¿Qué eres de Cecilia?" yo le respondí y él me dijo que habían sido compañeros en la Chile...
aaa es Javier Ortega, aún no decía su nombre
saludos
por diossssssssssss niña!! suelta la información de una vezzzzz!!!
Olvidaste mencionar tu gran habilidad para manejar informacion confidencial y dejar al auditorio en ascuas...;-)
Suena prometedor, esperaremos anécdotas que nos permita descifrar quienes son esos tipos!!!!!
un abrazo CiberCeci...
WOW...yo siempre he querido ser espía, pero mis habilidades van más por el lado de Zelig que esas extraordinarias dotes que describes. Pero definitivamente pertenezco al club de los vouyeristas/copuchentos.
Una alegría descubrir tan bajos instintos en otro ser humano.
Que increíble, todo el mundo relacionado con todos por acá ... al menos veo que estamos nuevamente al otro lado de la medalla. Saludos
La mayoría de mis amigos son hombres, trabajo hace cuatro años en un lugar donde predominan por lejos y, en diversos ámbitos de mi vida, tengo que desenvolverme en ambientes masculinos.
Tal vez por eso soy medio hombre para algunas de mis cosas...
Conozco secretos, planes de vuelo y técnicas que no están al alcance del común de las mujeres.
Así es mi mundo y, definitivamente, me asusta relacionarme con muchas mujeres.
Esa ha sido la tarea del último tiempo, redescubrirme a través de amigas y entender a otras mujeres y es verdad... somos mucho más complejas que ellos.
Cariños
P.
Totalmente de acuerdo, Paloma. Es más fácil tener amigos hombres. No se enojan si te ves más bonita que ellos. No te usan tu perfume ni tus cosméticos. Puedes hablar de fútbol y tecnología sin que te consideren rara. Si te dicen que están cansados es porque así se sienten y no porque estén deprimidos, molestos o aburridos. Y, a la hora de comer, no se espantan si pido lo más grasoso del menú, acompañado de cerveza. Es un lujo este de ser insider, aunque tiene sus cosas malas también, como todo. Ya verán.
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