Nota: Por falta de tiempo, creatividad y de picada que estoy porque me publiquen siempre mis columnas con las peores fotos y con fallas de tipeo (el Webmaster me debe tener mala), paso a copiar a continuación mi más reciente artículo publicado en La Segunda Online. Pero sin censuras ;-)Del Matriarcado Factual al LegalTrabajos en el camino y, quien te detiene con el típico "Signo Pare," es una mujer. Pasas por una construcción y, arrastrando la carretilla con cemento, una mujer. Te subes a la micro y quien conduce... Sí, es una mujer.
En un país como Canadá, donde estas escenas son parte de la cotidianeidad, uno podría pensar que una mujer Presidente o, en este caso, Primer Ministro, es una posibilidad súper concreta. Error. Y grande.
En febrero de 1993, estando el país sumido en una recesión económica agravada por discordias políticas, Brian Mulroney, anunció su dimisión como Primer Ministro y dirigente del Partido Conservador. Quien le sucedió, por primera vez en la historia de Canadá, fue Kim Campbell. Pero poco duró Kim en ese puesto. Sólo cuatro meses después, cuando se realizaron las elecciones generales, la primera fémina en el máximo cargo de la estructura política canadiense fue derrotada en la urnas.
Si uno revisa la prensa de entonces, está claro que Kim era la esperanza del Partido Conservador Progresista para derrotar a Jean Chrétien, pero no pudo. Ni en un país tan supuestamente abierto y multicultural, donde la aceptación de la diferencia es la norma y no la excepción, esta mujer no pudo cambiar la historia. Algunos dicen que se debió a que Kim era dos veces divorciada y no tenía hijos. ¡Horror! No sólo era mujer, sino que no era la "típica" mujer.
¿Y así le pedimos a Chile que de un paso tan grande como lo es elegir a una mujer como Presidente de la República? Por favor, no me malinterpreten. Yo sería la primera en celebrar si algo así sucede y, aunque sepa que no voy a ganar, votaría por Soledad Alvear o por Michelle Bachelet, sólo por demostrar que habemos muchos dispuestos a darle la bienvenida al cambio. Pero, cada vez que he conversado el tema con compatriotas, todos llegamos a la misma conclusión: No estamos listos. Pese a que en la mayoría de los hogares manda la mujer, a nivel país ellas se mantienen en un segundo plano.
La pregunta es entonces ¿qué se necesita para que una mujer con capacidad y ganas se convierta en Presidenta?, ¿para que del matriarcado factual pasemos al legal?
No tengo la respuesta pero creo que, lo primero, es que los principales exponentes del machismo en Chile, o sea, nosotras las mujeres, apoyemos a nuestros pares, que creamos en ellas.
Segundo, que todos lo que se consideran "abiertos de mente," especialmente ese 58% de los chilenos que manifestaron en una encuesta de la Fundación Siglo 21, realizada el 2003, que estamos preparados para tener una mujer Presidente, refleje eso en las urnas.
Lamentablemente, lo anterior tiene pocas probabilidades de pasar desde el universo muestral de las estadísticas a la realidad impresa en un papel en forma de voto. Es más, no me sorprendería si, ante un posicionamiento sólido de las candidaturas femeninas, se recurre a cualquier pecado venial, que se pueda hacer lucir digno de la hoguera, para que esto no cambie. Y que siga siendo más conveniente creer en las vinculaciones frentistas de Bachelet (con el MIR) y por qué no, hacerla culpable de los errores de inteligencia hasta de los scouts. O hacer a Soledad Alvear responsable de cualquier consecuencia desfavorable que el TLC nos traiga en el futuro.
Si los ataques a las capacidades de estas mujeres fallan, siempre está la posibilidad de transformarlas en malas madres, vecinas indeseables, esposas infieles o directamente en putas; tal como en el film donde un supuesto desliz sexual de la senadora, en sus años de universitaria, es usado por sus detractores para hacer de ella un paradigma de carencia moral. Por ende, la única opción que parece quedarles a las féminas con aspiraciones de poder es ser, como no lo ha sido ningún hombre en política, santas e intachables hasta el resto de sus vidas.
Mientras, sólo nos queda esperar los resultados y, de paso, rogar por que esté equivocada.