No confío
Perrito color chocolate: ¡gran combinación!
“Si a alguien no le gustan los chocolates, simplemente esa persona no es de fiar,” me dijo mi amigo y abogado Rafael un día en que tratábamos de encontrar nuevos argumentos para justificar nuestra adicción común. Yo lo encontré exagerado, pero no falto de cierta verdad y, un segundo después, hasta me sorprendí a mí misma cuando aseguré, categórica, que yo desconfiaba absolutamente de quienes no querían a los animales.
No es que postulara ni postule que todos debiéramos ser vegetarianos (aunque sería ideal), ni que debiéramos sentir igual ternura hacia un perro que hacia una serpiente. Tampoco pretendo que a todo el mundo le guste tener una mascota, ni digo que todas las personas que aman a los animalitos son de confianza. Pero cada día me convenzo más de que el cariño a los animales es un muy buen parámetro para clasificar a una persona.
De hecho, alguien que envenena a un animal simplemente porque le molesta su cercanía (descártense olores o ruidos, simplemente concentrémonos en el hecho de tener que “ver” al gato, perro, etc. cerca) sólo merece mis más duras palabras de repudio y mi total desprecio.
A una de esas personas va dedicado este post. A esa innombrable vecina desalmada que envenenó a “Coludo”, el gatito que se había convertido en el “mejor amigo” de mi veterano perro “Coky” y, por qué no decirlo, de mi hermana también.
No puedo entender tanta crueldad. Me supera. Me enoja, me entristece, me deja pensando.
Menos me cuesta entender las exageraciones de cariño, situaciones que se ubican en un terreno intermedio entre lo normal y lo patológico, difíciles de analizar y clasificar, pero no por eso menos criticables. Por ejemplo, en un artículo titulado “Democracia Animal,” del diario español El País, se relataba hasta dónde puede llegar la afición a los animales con motivo de la inauguración de un restaurante para mascotas con un menú de tres platos y postre!!!!! Y los ejemplos seguían con las peluquerías y la moda sofisticada para mascotas, para acabar preguntándose si algún día los animales tendrían derecho al voto.
Lo anterior tampoco lo entiendo. También me supera y me deja pensando, pero al menos no me dan ganas de llorar.
Para todos ellos va este post. A los exagerados, a las víctimas y a los victimarios. No quiero dejar fuera a esos otros amantes de los animales, héroes cotidianos, entregados en cuerpo y alma al cuidado y bienestar de los animales, que hacen de esa labor uno de los motivos centrales de sus vidas, pero que tienen la cabeza en su sitio y suficiente capacidad de amar como para no descuidar a las personas que les rodean. O esas otras rebosantes de sentido común, que han decidido incluir uno o varios animales en sus vidas, a los que quieren como a uno más de la familia, pero sin cursilerías ni excesos, igual que a sus propios hijos, que no es decir poco.
Para todos aquéllos, en quienes confío y en los que desconfío… Y, por cierto, para algunos abogados que a veces emplean la “prueba del chocolate” antes de decidirse a tomar un caso. Para todos ellos, vaya este post.