Ni éste me sirve ahora.
Esa fue la chapulinesca frase que cruzó por mi mente la mañana del jueves 8 de junio. Palabras que, si bien tomé prestadas de una de mis series de televisión favoritas de la infancia, eran el reflejo más fiel de lo que me estaba pasando y que continúa hasta quién sabe cuándo.
Todo o casi todo lo que podía salir mal, salió pésimo. Claro que al último minuto tuve un chispazo de suerte, que supe aprovechar. A continuación explico el enigma de mis últimos posts, no sin antes advertir que la historia no es nada entretenida y salvo satisfacer la curiosidad de alguno por ahí, sólo los hará dormir de aburrimiento. A mí al menos me sirve para no tener que repetir la misma explicación una y otra y otra vez. Simplemente mandaré el link.
Vamos por parte.
El día de mi cumpleaños (23 de marzo) me informaron que me habían dado un trabajo maravilloso, al cual postulé sin esperanza alguna cuando se acababa el de editora en la revista universitaria donde estuve desde mayo del año pasado. Fui elegida editora de un sitio Web de noticias alternativas que mezcla blogging con citizen journalism. Tanto el proyecto, como la gente, los horarios, el sueldo y la ubicación (Vancouver) eran lo que siempre había soñado. Nada más me quedaba postular al permiso de trabajo. Por no ser canadiense, no es llegar y aceptar. Me tienen que autorizar legalmente a quitarle el empleo a un potencial trabajador canadiense. Lo cual me parece bien.
Así las cosas, llené los innumerables papeles, pagué las tarifas de procesamiento, envié todo y me puse a esperar: una semana, dos semanas, cinco semanas, dos meses... Y nada. Un trámite que normalmente toma entre 3 a 4 semanas estaba llevando demasiado y yo me desesperé y comencé a llamar a Inmigración a contar del día 35 o antes. Siempre me decían lo mismo: que tuviera paciencia, que estaban en la época de más trabajo, que ya me tocaría, etc.
Pero cuando pasó un mes y medio, confesaron que mis documentos debían haberse extraviado (¿les suena conocido esto?), pero como yo tenía en mi poder el comprobante de correos que demostraba que lo recibieron, me hicieron enviar todo de nuevo por fax. Lo hice. Y llamé. Y me volvieron a pedir que enviara mis papeles por fax. Y lo volví a hacer. Y, entretanto, pasaban los días y mi VISA actual estaba a punto de expirar: el viernes 10 de junio.
El miércoles 8, con cerca de cinco kilos menos producto del nerviosismo y el insomnio ya patológico, decidí hablar con el dueño de la compañía para explicarle que me temía lo peor. Este se indignó por la ineficiencia de Inmigración y los problemas que había tenido que afrontar sola y decidió llamar a un influyente amigo (miembro del Parlamento), quien a su vez llamó a Inmigración y así nos enteramos que mi VISA había sido rechazada. Claro que se obtuvo esta información en forma confidencial.
La noticia me cayó como un océano de agua fría. Quedé tan aturdida que me vinieron vómitos y fiebre. Pero no todo estaba perdido. Sobre todo porque nos enteramos que me habían rechazado un permiso por, digamos, “peras,” cuando yo postulé a uno por “manzanas.” Es decir, no sólo me habían perdido los papeles, sino que ni los habían leído bien. Cuento corto, lo único que me quedó fue correr donde un abogado para poder reenviar todo, más un reclamo formal, antes que venciera mi visa (o sea, al día siguiente). Una vez que venciera, no podría hacer trámite alguno dentro de Canadá y tendría que irme del país, sí o sí.
En medio de mi fiebre y el desencanto encontré a un buen abogado que accedió a cobrarme sólo lo que yo podía pagar y se encargó de realizar una apelación al caso, consiguiendo que firmaran testigos importantes, como el parlamentario ése, mis ex – jefes y mis futuros / presentes empleadores. También contacté a mis ex-compañeros del Master en Periodismo, que hoy están en los medios canadienses, quienes me van a apoyar con entrevistas en diarios y radios para hacer presión (idea del abogado). Todo en un par de horas y mientras yo me sentía un personaje de una novela Kafkaiana.
Así es como la próxima semana debería llegarme la carta de rechazo, de la cual se supone que yo no tengo idea y a ellos debería llegarle mi reclamo formal y exigencia de re-evaluación (que ellos tampoco tienen idea que les va a llegar). Y mientras ambas cartas se cruzan en el camino yo sigo aquí, con la misma incertidumbre y la misma fiebre.
Y ése era el misterio. Y la explicación del cómo estoy a punto de convertirme en una ilegal/legal o una legal/ilegal. Hasta que se demuestre lo contrario.
Y después de eso… ¿quién podrá defenderme?