¿Chica light?
A veces me gustaría ser una “chica
light.” Que mi mayor preocupación fuera mantener mi bronceado, ir al gimnasio y leer la
Cosmopolitan. Que no me afectara ver gente sin hogar deambulando en las calles, ni el saber que en Uganda los niños no pueden dormir en sus casas sin que los rebeldes vayan a secuestrarlos para hacerlos sus soldados o sus esclavos sexuales. Que mi filosofía de vida fuera una filosofía también
light, en la que al fin todo está explicado, pues no hay nada que explicar. Eso me convertiría en una mujer que no es peligrosa, pues casi no tiene ideas propias. Por ende, una fémina a la que los hombres se le acercan sin temor y sin sentirse estúpida o peligrosamente inferiores.
Por suerte esas ideas locas se me pasan pronto y opto por seguir siendo la que soy, con todo los calificativos que merecida o injustamente me he ganado: “soñadora”, “muy enrollada,” “demasiado sensible,” “fuerte,” “demasiado independiente,” “más cabeza que corazón,” “más corazón que cabeza” y un largo etcétera.
Y sigo hablando de arte, amor, política, conocimiento, revolución y muerte. Todos temas que murieron de tanto ser evadidos por temor a sus consecuencias, que desaparecen dejando en su descomposición un vapor, una ventosidad: lo
light, ese placebo de la existencia que aliviana el curso de lo real y nos hace creer que se puede salir adelante haciéndole trampitas a la vida. Cuando toda forma de dominar la realidad deviene ilusoria, la ilusión deviene única realidad.
¿Cuál es la regla de lo
light? Pues una sistemática omisión de lo pertinente: café sin cafeína, cigarro sin nicotina, azúcar sin azúcar, relaciones carentes de amor. Todo lo sistemáticamente privado de sí mismo es light, el resultado de un proceso sin proceso, sazón sin maduración, resumen sin sustancia, truco para saltarse toda prolongada agregación de esfuerzos.
Hasta la medicina se ha vuelto light. Y acá en Canadá, específicamente en Vancouver, eso es una epidemia. Ya casi nadie habla de términos tan pesados como órgano, enfermedad, bacteria, anticuerpo, miligramo, toxina, química, muerte. Todas son causas leves: magnetismo, vibración, influencia, meridiano, chakra, minidosis, yin, yan, número, aroma, gema, astro. Todos son efectos livianos: limpiezas, armonizaciones, humores, auras, cuerpos astrales, empatías. Lo único pesado es la factura.
Y la psicología le lleva la delantera a la medicina
light. La soga se rompe por lo más delgado, la objetividad científica por lo más subjetivo. Yo estoy bien tú estás bien. Tus zonas erróneas. Nacidos para triunfar. El grito primario. No diga sí cuando quiere decir no. Mujeres que aman demasiado. Terapeutas que cobran excesivamente. psicología como manual para el éxito. Autoconciencia como cursillo de manipulación. Lavado de cerebro con shampoo acondicionador.
Y mientras conozco a más y más sabelotodos de nueva generación (coherente imbécil para toda ocasión), le rezo a uno de los santos favoritos de mi religión
light, el novelista y dramaturgo venezolano Luis Britto García y le pido que se cumpla pronto su benévola profecía, descrita en su sagrada escritura “La cultura
light”: La cultura comienza donde termina lo
light.
Amén