“Acabamos de arrendar una película, ¿quieres venir a verla con nosotros?”
Imposible, al menos para mí, rehusar una invitación que implique escapar de la realidad por un par de horitas, a menos que se trate de una propuesta para ver un filme de karate o de héroes hollywoodenses que salvan el mundo con una mano, mientras con la otra toman Coca-Cola. Así es que esa tarde, una rara tarde de verano en que no tenía nada urgente ni impostergable, acepté la invitación que me abriría las puertas al mundo de “La Pandilla de Kerrisdale.”
Lo primero que me sorprendió fue el orden en ese departamento de solteros. Pensaba que visitar los aposentos de cuatro jóvenes de veintitantos, sin previo aviso, sería lo más cercano a adentrarse en la jungla amazónica. Pero no lo fue. (Más tarde confesarían que desde que supieron que me dirigía hacia allá, hasta segundos antes de que llegara, se habían dedicado a sacar botellas del camino, mover muebles, sacudir cojines y esconder una que otra revistilla que pudiese ofender a una fémina).
El suelo casi brillaba, los muebles no tenían telas de araña y los cuatro acababan de sentarse a la mesa a compartir una cena hecha por ellos mismos (Guau! No era pizza ni pasta, aunque sí algo simple). Como broche de oro, uno de ellos había comprado chocolates para consumir durante la película y tuvo la gentileza de dármelos a mí, para que me los comiera solita o repartiera a discreción (o sea, un cuadrito a cada uno y el resto de la barra para mí).
De la cinta mejor ni hablo, ya que - sin ser mala- era rarísima. De lo que sí hablaré es de este grupo cuyas historias (individuales y grupales) me recuerdan pasajes de la antiquísima película
“Tres Hombres y un Bebé”, como también algunos episodios de
“Sex and the City” y, por supuesto, todos y cada uno de los capítulos de
Seinfeld.En primer lugar está Peter, el mayor de todos y el más raro. Este personaje tiene un trabajo misterioso que le significa pasar horas y horas frente a su laptop y cumplir unos horarios de oficina bastante extraños. A veces trabaja casi toda la noche. Otras veces sólo en las mañanas. Y unas cuantas no se mueve de casa, sino que aplica teletrabajo. Nunca se sabe si Peter está en el departamento o no, ya que mantiene ventanas y persianas siempre cerradas, como si estuviera tratando de impedir algún tipo de espionaje. El único indicio es el lavaplatos: si está lleno de platos sucios y ollas sin lavar, entonces está ahí o acaba de irse.
Luego viene su hermano, George. Muy carismático y buen conversador, este personaje es capaz de venderle
software pirata al propio Bill Gates, gracias a su pródiga labia. George siempre está haciendo negocios y trabajo no le falta. Un día perdió su empleo y en la noche de ese mismo día ya tenía dos ofertas. Comenzó en ambas partes al día siguiente. El último negocio de George casi le costó la amistad de sus
roommates y hermano. Le dio por cuidar perros. Sólo que por “cuidar” entendía dejarlos encerrados en el departamento con un poco de agua y comida, hasta que los canes se ponían suficientemente histéricos (si no lo eran de antes) como para atacar al primero de los otros tres sujetos que tuviese la desgracia de cruzar el umbral por la tarde. Los vecinos se encargaron de aguarle el negocio y, de paso, salvar sus relaciones personales cuando, hace un par de semanas, le obligaron a deshacerse del par de salchichas que dejó en el departamento mientras él y dos de los otros tres se fueron de camping, dejando al que se quedó (Andrew) y a los vecinos bajo el ataque de los aullidos y ladridos del parcito canino.
A propósito de Andrew. El es el responsable. El que estudia y trabaja. El que lava los platos que el resto ni siquiera piensa en asear mientras haya loza limpia que seguir ensuciando. Andrew es el que recuerda pagar cuentas, el que compra comestibles, el que se levanta temprano y el que –a veces- hasta escucha y aconseja a los demás. Esta figura paternal es –cronológicamente- menor que Peter y George, pero en madurez parece ganarles por décadas. Andrew no es de muchas palabras y aunque parece introvertido, el resto siempre cuenta con él y se nota que lo admiran en silencio.
Finalmente está David, el hermano menor de Andrew y el más chico de la pandilla. Este es el más afortunado, ya que casi siempre se sale con la suya. Hasta hoy se ha dedicado a vivir la vida. A tocar su tambor en la playa nudista. A llamar por teléfono a Andrew, solicitando que le lleven más vodka a la playa porque se le acabó. A tener de a tres novias al mismo tiempo. A colarse tras bambalinas en los conciertos y terminar tomando whisky y conversando con la banda. Pero en pocas semanas más David comienza a estudiar y, más encima, recibe la visita oficial de su mamá que –según dicen los rumores- compró el pasaje a Vancouver “one way.”
Sospecho que pronto le cambiará la vida a esta pandilla. De momento, están muy ocupados, sobre todo uno, tratando de conseguir novia. Pero eso se los cuento en otro post.