Lección Aprendida
Todo lo que diga en esta columna puede ser y será utilizado en mi contra. Lo sé. Lo tengo claro. Me parece estar escuchando a mi familia: "Ah, no! Ahora sí que se volvió hippie!." O me imagino a los vecinos, comentando: "Siempre fue rara esa niñita". Y a mis amigos, sentenciando: "Pobre Ceci, la soledad y el ambiente canadiense le están haciendo rallar la papa heavy"…
¿Por qué? Porque me atrevo a confesar que los profesores a quienes más admiro en UBC y sobre quienes quiero referirme hoy, son una hippie de los '60, de faldas largas, cero maquillaje, flor en el pelo y corazón de abuelita, y un ex alcohólico, capaz de llorar y reír frente a los alumnos e, incluso, carretear con nosotros, sin ninguna dosis de vergüenza o sentido del ridículo.
Claro, puesto así, hasta yo me asustaría un poco al leer este artículo. Pero la verdad es que ambos profesores marcaron un hito en mi vida de estudiante y como ser humano en general.
A ninguno de ellos los conocí en el Master en Periodismo, sino que gracias a los créditos que nos obligan a tomar fuera de la carrera. Pero con ambos tuve, lejos, las mejores clases que he recibido acá en Canadá.
Mi mentalidad cuadrada, de sistema educacional conservador, casi me hace perder la oportunidad de haber sido alumna de estos profes excepcionales. De hecho, cuando asistí a la primera clase de Lynn Fels, doctorada en educación y editora de "Educational Insights" (la publicación académica más importante de Norteamérica en materia educativa), no me pareció muy genial que digamos.
Creo que me asusté, porque -por ejemplo- cuando pregunté por el programa para ver los contenidos y objetivos del curso, me miró sonriente y dijo: "En este curso no hay estructuras, los contenidos van a 'emerger' producto de nuestras reflexiones conjuntas."
Mi temor se transformó en pánico cuando la carismática hippie agregó: "Lo importante es que seamos efectivamente capaces de aportar a este proceso creativo y que cada uno esté satisfecho con su contribución." O sea, ¿cómo iba a estar contenta con mi contribución si no sabía qué era lo que se esperaba de mí, ni de qué se trataba el curso? Más encima, la profe agregó que tampoco habrían evaluaciones. "La nota se la ponen ustedes mismos, al final del trimestre".
Mi compañero chinito (Fox), que era el más flojo de los flojos que he conocido en mi vida, no cabía en sí de la alegría. No dejo de darme las gracias por haberle recomendado este curso como en tres días, tras lo cual anunció que nos veríamos a fin del trimestre, cuando fuera a entregar su autoevaluación con una A+ (la nota máxima), porque no pensaba ir más. Con ese comentario terminé de convencerme que el curso iba a ser "una chacra." Incluso hablé con Angela, mi hermana, consejera, psicóloga y amiga, para contarle que iba a tener que buscarme otro curso.
Pero, gracias a su inmensa sabiduría y a mi buena suerte, decidí quedarme con la hippie, cuyo curso resultó no sólo estimulante e intelectualmente exigente, sino que súper entretenido.
Era tal el entusiasmo que ella logró despertar en los alumnos, que hasta el flojo de mi compañero chino se motivaba a leer cosas por su cuenta, participar en los debates y buscar material extra, sin ningún tipo de presión. Lynn tenia razón, los contenidos "emergieron", llenando nuestro universo de innovadores conceptos, que espero poder aplicar algún día en Chile, cuando cumpla mi sueño de enseñar en una universidad.
El otro profe que nunca olvidaré es Kurt Grimm. También PhD, pero en Ciencias Oceánicas y de la Tierra. Kurt debutó en su primera clase con un llanto sincero, prolongado e impactante, que nos dejó a todos helados y a unos cuantos provocó lágrimas. Nadie se rió, ni comentó más tarde "lo ridículo" que había sido el "viejo", como supongo pasaría en Chile. No. Acá se respetó y agradeció la expresión de sentimientos, mientras Kurt nos explicaba los objetivos del curso enfocado en el desarrollo sustentable de la humanidad, desde un punto de vista interdisciplinario, que incorpora aspectos sociales y hasta espirituales. Kurt lloró cuando se refería a los daños irreparables que los seres humanos hemos causado al medioambiente y de cómo el no quería ese mundo para sus dos pequeños hijos, uno de los cuales había nacido el día anterior a nuestra primera clase. ¡Ídolo!
Bajo su orientación, participamos en clases prácticas con comunidades indígenas, donde intentamos aplicar las ideas de ecología profunda que Kurt nos entregó en la parte teórica del curso. Fue súper interesante ver cómo todos quienes tomamos ese curso el verano pasado (2003) aún seguimos participando en forma directa o indirecta y absolutamente voluntaria, de actividades relacionadas con el desarrollo de un conocimiento más amplio y profundo de la Tierra y los sistemas vivientes, a través de trabajos voluntarios con distintas comunidades.
Una vez le pregunté a Kurt y a Lynn cual creían ellos era la clave de su éxito como educadores. Y, no muy sorprendentemente, ambos me respondieron lo mismo: "La importante es saber escuchar y observar, no sólo con la mente, sino también y - principalmente- con tu corazón." Y ¿saben qué? Creo que aprendí la lección.
¿Por qué? Porque me atrevo a confesar que los profesores a quienes más admiro en UBC y sobre quienes quiero referirme hoy, son una hippie de los '60, de faldas largas, cero maquillaje, flor en el pelo y corazón de abuelita, y un ex alcohólico, capaz de llorar y reír frente a los alumnos e, incluso, carretear con nosotros, sin ninguna dosis de vergüenza o sentido del ridículo.
Claro, puesto así, hasta yo me asustaría un poco al leer este artículo. Pero la verdad es que ambos profesores marcaron un hito en mi vida de estudiante y como ser humano en general.
A ninguno de ellos los conocí en el Master en Periodismo, sino que gracias a los créditos que nos obligan a tomar fuera de la carrera. Pero con ambos tuve, lejos, las mejores clases que he recibido acá en Canadá.
Mi mentalidad cuadrada, de sistema educacional conservador, casi me hace perder la oportunidad de haber sido alumna de estos profes excepcionales. De hecho, cuando asistí a la primera clase de Lynn Fels, doctorada en educación y editora de "Educational Insights" (la publicación académica más importante de Norteamérica en materia educativa), no me pareció muy genial que digamos.
Creo que me asusté, porque -por ejemplo- cuando pregunté por el programa para ver los contenidos y objetivos del curso, me miró sonriente y dijo: "En este curso no hay estructuras, los contenidos van a 'emerger' producto de nuestras reflexiones conjuntas."
Mi temor se transformó en pánico cuando la carismática hippie agregó: "Lo importante es que seamos efectivamente capaces de aportar a este proceso creativo y que cada uno esté satisfecho con su contribución." O sea, ¿cómo iba a estar contenta con mi contribución si no sabía qué era lo que se esperaba de mí, ni de qué se trataba el curso? Más encima, la profe agregó que tampoco habrían evaluaciones. "La nota se la ponen ustedes mismos, al final del trimestre".
Mi compañero chinito (Fox), que era el más flojo de los flojos que he conocido en mi vida, no cabía en sí de la alegría. No dejo de darme las gracias por haberle recomendado este curso como en tres días, tras lo cual anunció que nos veríamos a fin del trimestre, cuando fuera a entregar su autoevaluación con una A+ (la nota máxima), porque no pensaba ir más. Con ese comentario terminé de convencerme que el curso iba a ser "una chacra." Incluso hablé con Angela, mi hermana, consejera, psicóloga y amiga, para contarle que iba a tener que buscarme otro curso.
Pero, gracias a su inmensa sabiduría y a mi buena suerte, decidí quedarme con la hippie, cuyo curso resultó no sólo estimulante e intelectualmente exigente, sino que súper entretenido.
Era tal el entusiasmo que ella logró despertar en los alumnos, que hasta el flojo de mi compañero chino se motivaba a leer cosas por su cuenta, participar en los debates y buscar material extra, sin ningún tipo de presión. Lynn tenia razón, los contenidos "emergieron", llenando nuestro universo de innovadores conceptos, que espero poder aplicar algún día en Chile, cuando cumpla mi sueño de enseñar en una universidad.
El otro profe que nunca olvidaré es Kurt Grimm. También PhD, pero en Ciencias Oceánicas y de la Tierra. Kurt debutó en su primera clase con un llanto sincero, prolongado e impactante, que nos dejó a todos helados y a unos cuantos provocó lágrimas. Nadie se rió, ni comentó más tarde "lo ridículo" que había sido el "viejo", como supongo pasaría en Chile. No. Acá se respetó y agradeció la expresión de sentimientos, mientras Kurt nos explicaba los objetivos del curso enfocado en el desarrollo sustentable de la humanidad, desde un punto de vista interdisciplinario, que incorpora aspectos sociales y hasta espirituales. Kurt lloró cuando se refería a los daños irreparables que los seres humanos hemos causado al medioambiente y de cómo el no quería ese mundo para sus dos pequeños hijos, uno de los cuales había nacido el día anterior a nuestra primera clase. ¡Ídolo!
Bajo su orientación, participamos en clases prácticas con comunidades indígenas, donde intentamos aplicar las ideas de ecología profunda que Kurt nos entregó en la parte teórica del curso. Fue súper interesante ver cómo todos quienes tomamos ese curso el verano pasado (2003) aún seguimos participando en forma directa o indirecta y absolutamente voluntaria, de actividades relacionadas con el desarrollo de un conocimiento más amplio y profundo de la Tierra y los sistemas vivientes, a través de trabajos voluntarios con distintas comunidades.
Una vez le pregunté a Kurt y a Lynn cual creían ellos era la clave de su éxito como educadores. Y, no muy sorprendentemente, ambos me respondieron lo mismo: "La importante es saber escuchar y observar, no sólo con la mente, sino también y - principalmente- con tu corazón." Y ¿saben qué? Creo que aprendí la lección.
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